Con cariño a mis padres generacionales, a Juan Carlos, a los maestros de educación indígena de México, a mi gente en lucha y resistencia…
“Que bonito sería que los niños pudieran crecer con sus padres, que no tuvieran que crecer solos”- Juan Carlos toma un suspiro profundo y continúa…
“Cuando yo me fui de casa era muy pequeño, mis hermanos y yo nos fuimos porque si queríamos otra vida e ir a la escuela había que salir del pueblo, mis padres nos daban su bendición, no podían hacer mucho, la vida era muy difícil en el campo. Cuando me fui a Guelatao, el pueblo de Benito Juárez caminaba más de dos días para poder llegar a la escuela, iba a un centro de reintegración social (como si ser indígena te hiciera ser un inadaptado social). Fue una vida difícil, el maestro nos intimidaba, el peor castigo venía después de pasar al pizarrón, muchos de nosotros no entendíamos lo que nos decía porque ni siquiera hablábamos español. Los niños que llegamos como yo y que no teníamos a nadie que nos cuidara o protegiera, éramos indefensos y vulnerables, los niños mayores podían pegarnos y lastimarnos, no hablamos español ni zapoteco, no estábamos en casa, no estaba mamá ni papá, estábamos solos y así comenzó mi vida, ese fue solo el inicio de una gran aventura”.
Conocí a Juan Carlos en los 90’s, yo tenía 6 años, recordaba que mis padres hablaban con especial afecto de él. Era un joven que calzaba huaraches, un morralito de lana cruzada y siempre traía una gran sonrisa. A veces se reunían en el cuarto que mis padres rentaban en la Ciudad de México, yo era muy pequeña para entender sus aventuras, pero era claro que con mucho esfuerzo habían llegado a la Ciudad de México a estudiar la Universidad y procuraban ayudarse unos a otros como lo hacemos en el pueblo. Muchas noches tomaban la guitarra y cantaban con mucho sentimiento, un sentimiento que entiendo hasta ahora porque es resultado de las andanzas y un camino largo y pesado. Mi hermana mayor gritaba desde la calle cuando lo veía venir, “mamá, mamá, ya viene mi primo Juan Carlos”. Éramos una generación de migrantes en la Ciudad de México que fuera de casa era nuestra única familia.
No volví a saber de Juan Carlos en muchos años de mi vida hasta el año pasado (2016) que viviendo en los Países Bajos me reuní con un grupo de amigos. Una de mis amigas invitó a otros amigos más, entre ellos Juan Carlos. Todos conversábamos y Juan Carlos nos observaba con interés pero en silencio, comencé a conversar con el pensando que era de Guerrero. A los pocos minutos me di cuenta de que también era de la región Mixe, después de decirle quienes eran mis padres y tíos, comprobé lo pequeño que es el mundo nuevamente. Ese Juan Carlos de mi memoria vino a mi mente y me di cuenta de que era el mismo que alguna vez conocí en los años 90’s. Seguía cargando el morralito de lana, el mismo rostro con esa linda sonrisa transparente pero ahora con un par de cabellos blancos que dejan evidencia del tiempo transcurrido. Obviamente verlo ahí me causó un remolino de emociones y me llenó de orgullo que no pude evitar compartir con mis padres tan bello encuentro. Juan Carlos estaba terminado su doctorado, pasaron 23 años para reencontrarnos y vivimos por tres años en el mismo país sin saberlo (Holanda es muy pequeño).
La semana pasada finalmente mi querido padre Juan Carlos, como he acordado llamarle por respeto y siguiendo nuestras tradiciones como Ayuuk Ja’ay, defendió su grado de doctor. Me sentí muy privilegiada de poder compartir con él su día especial. Si tengo que decir a quién admiro, es a él con certeza, es un gran logro para mi gente y de alguna manera para su generación. Juan Carlos además compartió un trabajo sobre los Mixes. Hoy pienso que las palabras de mi abuela “quiero que te lleves este rebozo y les cuentes a los que viven allá en el otro mundo quienes somos, como vivimos y que hacemos”, son representadas con más claridad por Juan Carlos porque ha sido su proyecto de vida aprender de nuestros ancestros, documentar y compartir quienes somos, como pensamos, en que creemos, como vivimos, etcétera. Algo que quiero puntualizar de su trabajo es que el compartió la historia de los Ayuuk ja’ay como parte de la comunidad, la mayoría de los trabajos son hechos por antropólogos y arqueólogos que no son de las comunidades y quizá eso hace más difícil que puedan entender cosas que nosotros vemos de una manera diferente. Juan Carlos rescató un calendario religioso que aun conservamos en los mixes y gran parte del conocimiento es atesorado por los sabios de nuestros pueblos, entre ellos los que leen el maíz como lo hacía mi abuela Eulalia.
Este logro es relevante, al menos para mí, porque simboliza una vida de esfuerzo. Por muchos años a los pueblos originarios se les negó una educación intercultural y sigue siendo un punto de debate, no solo se trata de una educación bilingüe como muchos pensarán, tiene una dimensión mayor. En algún momento Juan Carlos le compartió su sueño de querer estudiar un doctorado a un académico mexicano, este académico le insinuó “deja de soñar, olvídalo, tú no puedes, es imposible”. Hoy orgullosamente decimos que si pudo y lo hizo en los Países Bajos a la altura de cualquier investigador o me atrevería a decir que hasta mejor, no fue un trabajo de 4-5 años como varios doctorados (incluido el mío), ha sido un trabajo de una vida.
Para cerrar, cuento esta historia porque me llena de orgullo pero también porque creo que es un ejemplo enorme de superación y de los esfuerzos que las generaciones del pasado, de nuestros padres han hecho por ofrecernos un México mejor. Juan Carlos y yo platicábamos que hay muchos niños aún crecen solos por diversas circunstancias, la inequidad e injusticia social es un tema del presente en nuestro México, varios padres migran queriendo ofrecer un mejor futuro a los hijos y los niños se quedan solos, otros niños más deben hacerse adultos como Juan Carlos a muy temprana edad para cuidar de sí mismos tanto en las zonas rurales como urbanas.
Así, a ustedes amigos, sobre todo a las generaciones jóvenes les invito a reflexionar sobre que estamos haciendo nosotros para dejar un legado a nuestros niños el día de mañana. También quiero que esta historia les motive, hay muchos Juan Carlos allá afuera, de eso estoy segura pero necesitamos más luchas como estas para crear un mejor México. ¡Si alguna vez alguien te ha dicho que no puedes lograr algo que sueñas, no lo lograrás si no lo intentas, arriésgate!!! También si en tus manos está, no mates los sueños de otros, al contrario, ayúdales a cultivarlos. Seamos hermanos, no nos callemos ante las injusticias, ayudémonos, si nos vemos el camino que queremos, quizá nos toque a nosotros abrirlo para otras generaciones como lo hizo Juan Carlos.
Un gran Ejemplo Juan Carlos¡¡¡ me llena de orgullo sus logros¡ Gran nota¡
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